
Miraba a través de una niebla recién nacida evitando frotarme los ojos. Allá al fondo, había unas luces rojas que parpadeaban.
El camino estaba en estado de alerta.
El mundo empezaba a disolverse en la espesura.
Ahí estábamos, los dos, cogidos de la mano, solos frente al mundo en una contienda sangrienta, pero silenciosa.
Nadie me había apretado tanto la mano antes.
- ¿Te quedarás conmigo? -
- Sí -
- ¿Acaso lo dudabas? -
Nuestras miradas no se encontraron entre la niebla. Pero sentí sus dedos desasiéndose de los míos. Pensé que el suelo cedía bajo nuestros pies, pero al cabo de unos minutos no quedaba ni rastro de él y yo seguía de pie, firme, entre la niebla.
Estaba sola y convencida.
No había dudado de él un sólo momento y, sin embargo, no me sentí engañada. Había algo dentro de mí que me decía que daba igual lo que dijeran sus labios.
Había algo que llevaba tatuado en las venas.
"No les creas" decía.
Todo el mundo miente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario