jueves, 24 de abril de 2014




Ni de día ni de noche. Ni cielo azul ni campos verdes. Cuando me di cuenta estaba recogiendo retazos de luz sobre un mar de sangre.
Ése era el final y el principio. El mar está rojo. Una furia tan densa que lo hace sólido.
Aun así ese mar de hierba roja sigue siendo suave. Sigue tolerando los pies descalzos. Eso o que ya no existe aquí la gravedad y me desplazo a través de esta superficie como un susurro.
Todo contacto con la realidad es un efecto placebo.
Mis manos avanzan ciegas hacia todo lo que brilla, como si pudieran notar su calor. Como si tuvieran calor. Qué tontería.
Cada día paso las horas llenando esa misma cesta de esquirlas de espejos que atrapan la luz de algún sol. Del que sea. Hasta que llegan a casa y demuestran que no tienen nada.
Y vuelvo a recoger más nada brillante cada día.
La cesta no pesa. Mis manos y pies siguen rosados y suaves. Los puntos blancos jamás se acaban y yo vivo la misma jornada en un bucle infinito de bermellón y carmesí. Mis ojos han olvidado el azul y el verde.
Mi cuerpo ha olvidado cómo encajar con otros cuerpos. Mi piel sólo sabe de hierba roja. Mi alma sólo sabe de luz que es mentira.

1 comentario:

  1. Hola Nanah.No muy inspirado para comentar...y no es por no haberme gustado lo que he visto y leído...Y a ver si luego probo otra vez ponerme de seguidor a tu blog, que eso tampoco va de momento...
    Saludos desde Francia.

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