viernes, 1 de agosto de 2014

Por las malas



Por las malas el cristal puede romperse. Y corta.
Por las malas todo este campo puede arder y quemarte vivo.
Por las malas... por las malas todo puede pasar, sólo el límite de tu horror es el final. Puede que ni eso.
Soy una criatura simple pero complicada. Más allá de todo encontronazo de significados se resume en que puedo hacértelo todo más fácil, desterrarte al pozo de la ignorancia o hacer que llores sangre.
A tu merced queda el resultado.
Cuidado porque soy inflamable.
Cuidado porque todo el tiento que tengo puede volverse espinas en un abrir y cerrar de ojos. Porque igual que destilo dulzura destilo veneno. Igual que sonrío hiero, igual que acaricio desgarro.
No puedes quedarte eternamente en esa carta blanca que te di, no siempre tengo forma de hogar calmado y brisa otoñal. No me quedo toda la vida en el estadio de poner la otra mejilla como recompensa porque estés a mi lado. Llega un momento que la naturaleza salvaje del depredador herido renace aún más fuerte para defenderse de los ataques.
Si soñaste con que tenías una gacela, un conejo o un corderito, te equivocabas.
Ahora haz el favor de no seguir pateando el avispero. La reina sigue dentro y sigue criando. Deja de patear este pequeño corazón lleno de pequeñas bestias furiosas o prepárate para morir entre dolor, veneno y zumbidos de odio.
Deja que el río fluya o inundará tu aldea.
Deja que la tempestad pase o arrancará tu casa con tus hijos dentro.
Deja de provocar al león que duerme tranquilamente en su jaula o ni todas las barras de acero del mundo lograrán que conserves la forma de tu cara.

sábado, 10 de mayo de 2014



Cada palabra se convierte en ruido. Ruido estridente y sordo a la vez. Un ruido como un murmullo ininteligible, como el de un pájaro desconocido y afónico cantando. En el aire. En alguna parte.
Yo te hablo y no me entiendes. Yo hablo de verde y tú de rojo.
Es como si no viviéramos en el mismo mundo.
Caminamos de la mano por el mismo camino, por el mismo campo, pero tú sólo piensas en cómo pincha la hierba y lo molestos que son los zumbidos de las abejas, mientras yo, sólo quiero sentir el sol en la cara, respirar aire puro y comer moras silvestres.
Vamos por el mismo camino, pero es un camino que yo ya conozco y tú pisas por primera vez. Yo ya sé que la hierba pincha y que las abejas zumban, pero he superado esa barrera y ahora quiero olvidar lo molesto y disfrutar del resto.
La vida es pasar por lo malo lo más rápido posible e intentar parar, diluirse, disfrutar completamente sólo de los buenos momentos. De las buenas sensaciones. Del sol en la cara.
Te hablo, desde el otro lado del camino para avisarte de que es un camino que se acaba y que si no lo disfrutas, llegarás al final y quizá lo que haya ahí sea una ciénaga, o unas arenas movedizas y que quizá eches de menos que todo el problema sea una hierba un poco afilada.
Pero no me escuchas.
No quieres escucharme.
Soy ese pájaro afónico gritando en el aire para salvarte. Pero tú no quieres. Tú no hablas mi idioma y estás demasiado ocupado con el zumbido de las abejas para intentar entender nada más.
Ya nada pasa a tu alrededor.
En tu camino de dudas y quejas no hay tiempo para el aire puro.
En tus pasos débiles y quebradizos no hay sitio para saltos, carreras ni bailes.
Y cuando llegues al final por el que yo llegué, cruzaré la ciénaga, sortearé las arenas movedizas, y tú que sólo pensarás en si el olor es desagradable o si la arena está muy caliente, te hundirás y yo, de nuevo, tendré que seguir andando sola.

miércoles, 7 de mayo de 2014




Todo el mundo se convierte en energía. Una mirada que te arde en el cuello, un aroma familiar que te recorre como una brisa, desde las puntas del pelo hasta la nuca. Un escalofrío.
Cada gesto es una conexión. Cada caricia un recuerdo. Las hojas caen amarillentas y resquebrajadas y a ti te nace una primavera, un brote de memoria en un suspiro.
Los momentos se acumulan, se retuercen, se reflejan. Las sensaciones mutan. Son lo que crees que sentiste visto desde el prisma del presente. Lo que recuerdas que fueron.
Tus dobleces se expanden, buscan respuestas a través de la historia. Buscan una razón de ser para seguir viviendo. Cada sonrisa y cada mueca se intercambian.
Las lágrimas que cayeron aún humedecen el rostro.
Ese pasado estúpido que se cree presente.
Tú siempre tendrás un nombre y un lugar. Estés donde estés. El peso de cada historia es diferente, independiente, incomparable.
Algunas personas están imantadas. Sus yemas son chispas, eléctricas, te erizan hasta los sueños. Vuelven y se van incluso sin estar presentes. Vagan en ese mar inmenso y se ahogan una y otra vez buscando al barquero.
Te dejan la sensación de un verano inacabado, un odio inmaduro, un amor incomprendido.
El ruido externo es sólo un excedente, como todos los extras de esta historia. Todos esos rostros y caras que importan lo que importa una flor del día.
Vertederos de (amor) recuerdos. Donde cada perla perdida es una descarga. Donde cada imagen escondida sigue siendo vivida, una y otra vez, como la sensación de unos labios conocidos.

jueves, 24 de abril de 2014




Ni de día ni de noche. Ni cielo azul ni campos verdes. Cuando me di cuenta estaba recogiendo retazos de luz sobre un mar de sangre.
Ése era el final y el principio. El mar está rojo. Una furia tan densa que lo hace sólido.
Aun así ese mar de hierba roja sigue siendo suave. Sigue tolerando los pies descalzos. Eso o que ya no existe aquí la gravedad y me desplazo a través de esta superficie como un susurro.
Todo contacto con la realidad es un efecto placebo.
Mis manos avanzan ciegas hacia todo lo que brilla, como si pudieran notar su calor. Como si tuvieran calor. Qué tontería.
Cada día paso las horas llenando esa misma cesta de esquirlas de espejos que atrapan la luz de algún sol. Del que sea. Hasta que llegan a casa y demuestran que no tienen nada.
Y vuelvo a recoger más nada brillante cada día.
La cesta no pesa. Mis manos y pies siguen rosados y suaves. Los puntos blancos jamás se acaban y yo vivo la misma jornada en un bucle infinito de bermellón y carmesí. Mis ojos han olvidado el azul y el verde.
Mi cuerpo ha olvidado cómo encajar con otros cuerpos. Mi piel sólo sabe de hierba roja. Mi alma sólo sabe de luz que es mentira.

viernes, 15 de marzo de 2013



Escuchando viejas canciones me pongo a recordar. A recordar a esas personas que estuvieron en mi vida y se han marchado. Recuerdo sus voces, recuerdo cómo me llamaban y el odio o el amor con que pronunciaban mi nombre.
Recuerdo momentos escondidos en casas ajenas, en camas ajenas, momentos ajenos. A veces veo mi pasado como una película de la que formé parte sólo como extra. A veces siento momentos tan intensamente como si hubieran nacido de mí, aunque en mi recuerdo queden muy lejos.
Recuerdo como mi prima se parecía a Axel Rose, es absurdo, pero echo de menos esos momentos. A veces las personas dañinas nos hacen sonreír tanto como las más sanas. O más. Puede que a veces mucho más.
He visto como se han ido separando personas de mi lado, que permanecieron ahí muchos años, tal vez por los motivos equivocados, tal vez por pragmatismo más que por una unión profunda.
Siento más cerca a personas que jamás vi en persona, que jamás toqué, que no sé cómo huelen, que no sé cómo me harían sentir si pusieran sus manos en mi espalda.
Recuerdo cada vez que mi corazón pareció hacerse trizas y cada vez que pareció renacer y volverse más duro, más correoso (de mimbre, que se dobla antes de partirse). Recuerdo cada vez que pude emocionarme por un instante, cuando me sentí realmente especial, cuando vi brillar unos ojos que me miraban.
Hoy estoy sola, a oscuras, frente a una cerveza, recordando mil momentos que jamás volverán, y no me duele llorar. No me duele recordar. No me duele echar de menos. No me duele perdonar.
Estoy demasiado cansada y en paz para ponerme orgullosa.
Hoy no me costaría decir "Te quiero". Pero quizá esas palabras saldrían de mí hacia las personas equivocadas, no tanto porque no fuera puro y verdadero el sentimiento, si no porque estaría fuera de lugar, de tiempo, de sentido.
Aun así no se le puede mentir al corazón.
No puedes ponerle pautas, no puedes comprarle, no puedes venderle, no puedes callarle. Ignorarle es sólo algo temporal.
Todo lo elocuente que he sido en mi vida, me ha faltado a la hora de contar lo que siento, pero siempre he sabido cómo mostrar amor a quienes he querido.
Aunque fuera por unos fugaces segundos.
A veces lo han visto ellos antes que yo.
No quiero mucho, pero quiero intensamente.
A todos los tóxicos de mi vida a los que tanto he amado. Os sigo amando. Mi pasión por el veneno es vocacional. Nada durará tanto como un veneno bien puesto en la sangre, aunque me vaya matando lentamente. Amar es amar, sea cual sea el final del cuento.

martes, 12 de marzo de 2013



La vida está trazada con líneas, líneas que nos unen o nos separan. Lineas que nos cercan o nos marcan el camino. Líneas que pueden tener un trazo tan fino que, a veces, ni las vemos.
Puede ocurrir que al final tengas tantas a tu alrededor y tan finas, tan... quebradizas, que se convierte en algo imposible poder dar un paso sin borrar alguna con los pies.
Un pequeño movimiento y la línea se rompe.
Puede ocurrir que el romper una línea puede ser bueno, puede ser como tirar un muro, como romper unas esposas o llegar a una meta, pero también puede ser como perder un globo o caer por un barranco. No siempre no tener vuelta atrás es un privilegio.
Hay líneas de tiza y líneas de piel. Hay grietas y cicatrices. Hay hilos y carreteras. Blancas y negras. Renglones de una carta o pilares de un puente.
Pentagramas y cortes en la piel.
Hay momentos en que sólo quieres borrarlas todas, romperlas todas, las que te separan y las que te unen y puedes perder cosas valiosas y encontrar otras nuevas, que pueden ser más valiosas que las primeras, o no.
Puedes arriesgarte o conformarte. Puedes frustrarte y desesperarte. Puedes querer romperlo todo para ser libre por fin, pero sólo es libre quien traza las líneas.
Dios no da tizas. Por eso a veces no nos queda otra que guiarnos por nuestras propias cicatrices.

viernes, 8 de marzo de 2013



Dicen que la curiosidad es una virtud. Tener una mente inquieta. Hambre de saber, de llegar más lejos.
Creo que no se dan cuenta de lo peligrosa que es en realidad. Porque nos hace dependientes, adictos, inconformistas, rebeldes.
Yo quiero saber más y no sé hasta qué punto eso puede hacerme feliz.
Esa pregunta que no debí hacer.
Esa carta que no debí abrir.
Esa puerta que no debí cruzar.
Esa respuesta que no debí buscar.
Y así una causa de infelicidad es saber que otros viven mejor, tienen casas más grandes, ganan más dinero, viven más aventuras, su pareja es más cariñosa y comprensiva.
Ahora si buscas bien puedes encontrar en cualquier parte del mundo a alguien que te complementa mejor que quien tienes a tu lado.
Todo esto es saber demasiado.
Aprendemos a reconocer cuando alguien nos miente. Y así perdemos amigos. Así desconfiamos de nuestros hermanos.
Aprendemos a notar cuando alguien nos oculta algo. Y así nos volvemos cínicos e impertinentes. Cazadores de intimidades ajenas.
Aprendemos a manipular, mentir, infiltrarnos para saber lo que queremos saber y perdemos el respeto.
Cuanto más sé de los demás más cuenta me doy de que los que son como yo... no son como yo. Vivo en un mundo paralelo.
Parece que la curiosidad me ha llevado a las respuestas que no quería encontrar.
Aun así si preguntas a cualquier curioso, por solo e infeliz que esté si le habría gustado volver atrás para no saber las cosas que le han hecho estar así, te dirá que no. Que prefiere ser infeliz a vivir engañado.
Qué lástima.

"si no quieres que te mientan, no preguntes"