martes, 14 de junio de 2011



Recibí todos los regalos que podrías darme.
Estreché tu mano mil veces. Mil veces más. Aunque tus apretones fuesen tan fuertes que me crujieran los dedos.
Recordé tus ojos cada noche. El tacto de tu piel. Esa curiosa sonrisa que es a medias sonrisa y a medias mueca.
Tus huesudos dedos de fumador.
Imaginé una y mil noches a tu lado. Me obligué a mí misma a olvidarlas, todas y cada una de ellas, pero no pude.
Me dije que eran sólo ilusiones absurdas, que nada duraba eternamente, que nada duraba, en realidad, sin más... pero no me hice caso.
Escuché cada una de tus canciones, incluso las que no eran para mí. Cerré los ojos y escuché.
Te perdí tantas veces como quise encontrarte. Era un juego, nunca dejé de tenerte a la vista.
Metí cada una de estas cosas en lo más profundo del recuerdo, donde, si un día te vas, crea olvidarlas, pero ahora aún están a flor de piel.
Aún las tengo entre mis manos.
Las siento calientes, vibrantes, mágicas... como si estuvieran llenitas de estrellas.

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